Más de Cuarenta

Más de cuarenta años, más de cuarenta sueños, más de cuarenta vidas, alegrías y tristezas. Más de cuarenta ideas, más de cuarenta proyectos, más de cuarenta amigos y enemigos. Más de cuarenta fallas, más de cuarenta virtudes. Más de cuarenta historias, más de cuarenta cuentos y novelas. Más de cuarenta secretos, más de cuarenta consejos. Más de cuarenta y mucho más. ¡Bienvenidos!

domingo, 4 de febrero de 2007

El criticón

Hace algún tiempo venimos leyendo o escuchando en la enorme mayoría de los medios de comunicación, el material que exponen los mal llamados “opinólogos”. Mal llamados porque emiten opiniones, no hacen estudios de opinión de ninguna clase. Debieran llamarse “opinantes” o comentaristas (de farándula o de cualquier cosa) nada más. Yo mismo no soy más que un comentarista u opinante acerca de algunas cosas que vivo o conozco.

Pero hay otro ejemplar de ésta nueva fauna comunicacional, un ejemplar bastante más antiguo y enquistado en nuestra idiosincrasia nacional: el criticón.

El criticón se precia de saber encontrar el lado negativo a todo lo que es u ocurre en su entorno. Posee una lengua cáustica y un desparpajo impresionante, no trepida en efectuar comparaciones odiosas o sin sentido de las proporciones; se arroga frecuentemente una superioridad inexistente, ubicándose en un pedestal donde se ha trepado por su propia cuenta y sin temor al ridículo.

Le llamo criticón para hacer el correcto distingo con el crítico, aquel personaje realmente versado en las materias que son objeto de su opinión, y que por sobre todas las cosas, no se queda en la mera detección de una falta, sino que aporta desde sus conocimientos una o más alternativas de solución.

Esa es la diferencia principal, y ella permite reconocerles con suma facilidad. Basta tomar la sección cartas de cualquier medio escrito, escuchar o ver los programas de comentarios, o leer incluso algunas columnas de medios escritos, para detectar criticones por cientos.

El criticón tiene lazos de sangre en el chaquetero, el agorero y el envidioso. El pusilánime es su padre adoptivo, ya que el verdadero suele esconderse, de vergüenza.

Si acabamos de adquirir cualquier artilugio tecnológico, el criticón de inmediato nos mencionará otro de mejor calidad y prestaciones. Si alabamos cualquier iniciativa artística o cultural, el criticón la ninguneará como pálido reflejo de lo que puede verse en otras sociedades culturalmente más avanzadas. Si el gobierno de turno intenta hacer alguna cosa en pro del bien común, el criticón saltará de inmediato a enrostrarnos todas aquellas otras áreas donde lo está haciendo mal. Y si escribimos una columna de opinión, el criticón atacará nuestra redacción, nuestras posibles faltas de ortografía o la ingenuidad de nuestro planteamiento.

No se trata de ocultar lo malo, de disimularlo u omitirlo. No se trata de hacer la vista gorda ante las falencias y defectos de lo que nos rodea; se trata sí, de presentar tanto la falla como sus alternativas de corrección. Detectado el problema, el crítico honesto presentará además sus propias ideas para resolverlo, sus pro y sus contras. Y si notamos que el crítico escasea, precisamente es por la abundancia de criticones, ávidos por lanzarse a la yugular de cualquiera que se atreva a pensar más allá de la crítica oportunista y mediática.

¿Y que propongo yo para no ser catalogado también de criticón? Ya lo digo en el párrafo anterior, y lo remarco ahora: Tenemos todo el derecho a estar descontentos y a expresar ese sentimiento, pero también tenemos la obligación de buscar alternativas viables de solución antes de emprender la crítica feroz. Estoy seguro de que si a cada articulista de un medio cualquiera se le exigiera tal deber junto a su crítica, disminuiría drásticamente la cantidad de criticones, y como efecto benéfico de tal poda, veríamos ideas nuevas, debate de altura y una sociedad mas participativa y constructiva.

Cualquier director de medios de comunicación sabrá reconocer la verdad de este postulado. En lo comienzos de cualquier programa, diario o revista, la novedad es un aliciente para que el consumidor le conozca. Luego, el tono agresivo y de denuncia en una sociedad que vivió la censura y autocensura por 30 años, se constituye en el segundo impulso para la supervivencia comercial del medio en cuestión. Sin embargo, así como el dulce en exceso es empalagoso, la sal en exceso también estropea cualquier plato. Prepare un cóctel cualquiera con el toque justo de Amargo de Angostura, y tendrá un trago delicioso. Pero si se pasa de la medida, sólo le quedará un brebaje imbebible.

Yo creo que la gran masa requiere que se le vuelva a enseñar a pensar. Necesita alejarse de quienes le dan todo predigerido, como los colados de bebé. Requiere reeducar su capacidad crítica, intercambiar puntos de opinión en forma adulta y civilizada, necesita en general, debate con altura de miras. En tanto permitamos la sobreabundancia de opinólogos y criticones, la tarea se nos hará más difícil.

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