Más de Cuarenta

Más de cuarenta años, más de cuarenta sueños, más de cuarenta vidas, alegrías y tristezas. Más de cuarenta ideas, más de cuarenta proyectos, más de cuarenta amigos y enemigos. Más de cuarenta fallas, más de cuarenta virtudes. Más de cuarenta historias, más de cuarenta cuentos y novelas. Más de cuarenta secretos, más de cuarenta consejos. Más de cuarenta y mucho más. ¡Bienvenidos!

sábado, 24 de febrero de 2007

Transantiago - ¿Quién protege a Andres Navarro y Sonda S.A.?

Durante la reciente crisis del sistema de cobro en los buses del nuevo plan Transantiago, leo en prensa declaraciones de Andrés Navarro, propietario de Sonda S.A. -el supuesto gigante tecnológico detrás del AFT (Administrador Financiero del Transantiago)- quien pretende explicar la falla que obligó a decretar gratuidad del pasaje por más de una semana.

-“Ingenieros de Sonda digitaron mal la tarifa en 300 buses del plan, al valor antiguo de $ 370 en lugar de los $ 380 actuales.”

Recuerdo que hace décadas existía en Chile un Colegio de Ingenieros, que ante este tipo de declaraciones habría hecho sentir su voz. ¿Existe todavía?

¿Ingenieros dedicados a digitar datos en los sistemas? La excusa de Navarro huele no solo a mentira, sino a ignorancia total del negocio que supuestamente dirige y conoce.

Pero, siendo yo mismo un ex-empleado de una de las tantas filiales con las que Sonda pretende evadir impuestos, puedo entender que tal cosa sea posible.

Cuando llegué a Santiago, retomé mi profesión informática en los años del pretendido caos de fin de milenio, en el que cientos de empresas, analistas y programadores, hicimos nuestro agosto a costa de la ignorancia de los administradores de empresa, la complicidad de los entendidos de informática dentro de cada una y una campaña de terror a escala global. Mi primer trabajo en la capital consistió en explorar miles de líneas de código, a veces sin apoyo de herramienta tecnológica alguna, buscando el bug de la fecha (aquel fallo de programación que representaba los años sólo con los dos últimos dígitos, con lo que el año 2000 sería representado sólo como ‘00’, originando caos financiero, gigantescas pérdidas de datos y financieros, y una debacle socio-económica global solo comparable a una plaga bíblica).

Había miedo y había plata para protegerse de él. Por eso, muchos analistas o ingenieros las hicimos de programadores o digitadores, poniendo 6 años de formación académica y otros muchos de autoformación profesional, al servicio de una tarea aburrida, monótona y desgastante, por el mero impulso de las lucas, que entonces llovían a destajo sobre todo aquel que se declarase “Gurú para evitar el caos del 2K”.

Sonda fue la empresa que más profitó de aquellos programadores, analistas o ingenieros que, teniendo entonces más de cuarenta años y conociendo un lenguaje teóricamente en desuso como es el COBOL (y que desde entonces nunca más nadie tuvo el descaro de considerarlo obsoleto), veían de pronto sus sueldos incrementados al doble y por hacer una tarea que, aunque aburrida, no tenía casi complejidad.

De todas las empresas dedicadas al entonces boyante negociado del “outsourcing” (externalización de profesionales), Sonda se caracterizaba por ser la que menos pagaba y la que más explotaba a sus empleados. Las enormes redes que ya en ese entonces Navarro tejía en el entramado de la banca y los servicios públicos, le garantizaba un enorme caudal de clientes y recursos, pero ni por asomo se le ocurrió compartir tal bonanza con quienes engrosaban sus bolsillos.

En particular, en cuanto pude salirme de esas garras no lo dudé. Ingresé a otra empresa de outsourcing, más pequeña pero que manifestaba mayor respeto por el empleado y una ética laboral más honesta.

Durante mi estadía en Sonda, era moneda corriente escuchar las quejas de ingenieros que se sentían subutilizados, abusados y mal pagados, explotados en horarios extenuantes y por supuesto, de horas extras pagadas, ni hablar. No se trata de menospreciar aquí las tareas de un técnico o programador (yo comencé siendo uno de ellos), pero lo que ocurría en Sonda en aquel entonces era que el técnico o programador era considerado un elemento totalmente descartable, recurso renovable e inagotable, por lo que ser tratado laboralmente como uno de ellos, era algo que ningún ingeniero podía tolerar. Si lo hacían era porque Sonda y sus filiales controlaban el mayor porcentaje de puestos de trabajo, y la marea de profesionales que llegaban incluso de Argentina a trabajar por la mitad del sueldo en empresas chilenas, nos hizo a todos agachar el moño.

Y hoy, visto lo visto con el Transantiago, y leyendo las declaraciones de Navarro, tengo que pensar en una de dos alternativas: O es una excusa burda e ignorante para justificar el fallo tecnológico de Sonda ante el AFT, las empresas de buses, el gobierno y los habitantes de la capital; o Sonda mantiene todavía antiguas prácticas de explotación y abuso sobre sus profesionales, asignándoles tareas que los menoscaban (no siendo aquellas para las que se prepararon) y los llevan a cometer ese tipo de errores intencionalmente, o provocados por un estado de ánimo y estrés correspondiente al clima laboral que se reconoce en las empresas Sonda.

Pero existe una alternativa más, que descubro navegando por Internet mientras busco la frase aquella que inicia este artículo. Tras el negocio del Transantiago y su AFT existe una enorme cantidad de dólares comprometidos como pago a la empresa que se adjudicara el manejo tecnológico, y Sonda habría ganado tal licitación mediante el hurto de tecnología a otra empresa (Transporte Inteligente MultiModal, TIMM).

“Sonda firmó un contrato con el AFT por 428 millones de dólares por doce años. Pero los verdaderos costos de implementación de la tecnología para Transantiago son impresionantemente menores. Según TIMM, ascienden a poco más de 40 millones de dólares. Gracias al AFT Sonda obtendrá una ganancia neta de 400 millones de dólares.”

http://www.lainsignia.orgArtículo de Arnaldo Perez Guerra.

Cuando compramos la copia pirata de cualquier software, y resulta que la complejidad técnica del mismo es grande, al no contar con el apoyo autorizado del fabricante, nuestra curva de aprendizaje es mucho mayor. Lo mismo habría ocurrido entonces con la tecnología detrás del Transantiago. Si no soy su autor, y no tengo el soporte técnico que obtiene cualquier comprador legal, difícilmente lo sabré manejar bien de inmediato.

En la segunda parte de este artículo, continuaremos conociendo más de Navarro, de Sonda y de las redes que entrelazan a este personaje con conspicuos personeros del actual y de los pasados gobiernos concertacionistas.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Jefes, no líderes.

Frecuentemente encontramos en los medios de comunicación avisos que nos "invitan" (pagando una costosa invitación, por cierto) a seminarios, charlas o cursos de liderazgo, a cargo de connotados gurúes que traen la última pomada que se ha puesto de moda en los países desarrollados. Tales eventos se llenan de ejecutivos bien trajeados y encorbatados, que aparecen ufanos en las páginas de la vida social.

Abundan también los manuales de auto-ayuda del tipo "Sea un líder en 21 sesiones", que las publicaciones periodísticas de economía y negocios venden a precios rebajados a sus suscriptores.

Pero ¿cuál es la realidad del liderazgo para el chileno medio?

La mediocre cultura empresarial chilena, impregnada todavía por conceptos propios del latifundismo de mediados del siglo antes pasado, entiende el liderazgo como atributo del jefe, del que manda o "el que corta el queque", por usar un chilenismo.

El líder, entonces, no es aquel visionario capaz de aglutinar esfuerzos, formar equipos, abrir sendas y ser el ejemplo de sus subordinados. Todos esos bellos conceptos de los cursos y textos pasan al tarro de la basura sin miramientos. La realidad pura y dura es que nuestros jefes son nuestros líderes "naturales", no por ser líderes, sino por ser jefes.

Enfrentados a una decisión empresarial visionaria, genial y provechosa que provenga de un miembro del equipo con reales capacidades de liderazgo, el grueso del cuerpo laboral siempre preferirá seguir el camino trazado por el jefe. Mal que mal, es el jefe quien te paga el sueldo y quien decide si el mes que viene podrás cobrar tu sueldo o tu finiquito.

Así es que, por lo menos a mí, no me vengan con cuentos ni ejemplos de liderazgo. Pónganme al mando de un grupo de asalariados asfixiados por sus deudas, desesperados por llegar a fin de mes con algunos pocos billetes (cuando no monedas) en los bolsillos, y les mostraré un equipo cohesionado, obediente y respetuoso. Les mostraré a una masa de borregos que siguen a un magnífico líder: al Jefe.

domingo, 4 de febrero de 2007

El criticón

Hace algún tiempo venimos leyendo o escuchando en la enorme mayoría de los medios de comunicación, el material que exponen los mal llamados “opinólogos”. Mal llamados porque emiten opiniones, no hacen estudios de opinión de ninguna clase. Debieran llamarse “opinantes” o comentaristas (de farándula o de cualquier cosa) nada más. Yo mismo no soy más que un comentarista u opinante acerca de algunas cosas que vivo o conozco.

Pero hay otro ejemplar de ésta nueva fauna comunicacional, un ejemplar bastante más antiguo y enquistado en nuestra idiosincrasia nacional: el criticón.

El criticón se precia de saber encontrar el lado negativo a todo lo que es u ocurre en su entorno. Posee una lengua cáustica y un desparpajo impresionante, no trepida en efectuar comparaciones odiosas o sin sentido de las proporciones; se arroga frecuentemente una superioridad inexistente, ubicándose en un pedestal donde se ha trepado por su propia cuenta y sin temor al ridículo.

Le llamo criticón para hacer el correcto distingo con el crítico, aquel personaje realmente versado en las materias que son objeto de su opinión, y que por sobre todas las cosas, no se queda en la mera detección de una falta, sino que aporta desde sus conocimientos una o más alternativas de solución.

Esa es la diferencia principal, y ella permite reconocerles con suma facilidad. Basta tomar la sección cartas de cualquier medio escrito, escuchar o ver los programas de comentarios, o leer incluso algunas columnas de medios escritos, para detectar criticones por cientos.

El criticón tiene lazos de sangre en el chaquetero, el agorero y el envidioso. El pusilánime es su padre adoptivo, ya que el verdadero suele esconderse, de vergüenza.

Si acabamos de adquirir cualquier artilugio tecnológico, el criticón de inmediato nos mencionará otro de mejor calidad y prestaciones. Si alabamos cualquier iniciativa artística o cultural, el criticón la ninguneará como pálido reflejo de lo que puede verse en otras sociedades culturalmente más avanzadas. Si el gobierno de turno intenta hacer alguna cosa en pro del bien común, el criticón saltará de inmediato a enrostrarnos todas aquellas otras áreas donde lo está haciendo mal. Y si escribimos una columna de opinión, el criticón atacará nuestra redacción, nuestras posibles faltas de ortografía o la ingenuidad de nuestro planteamiento.

No se trata de ocultar lo malo, de disimularlo u omitirlo. No se trata de hacer la vista gorda ante las falencias y defectos de lo que nos rodea; se trata sí, de presentar tanto la falla como sus alternativas de corrección. Detectado el problema, el crítico honesto presentará además sus propias ideas para resolverlo, sus pro y sus contras. Y si notamos que el crítico escasea, precisamente es por la abundancia de criticones, ávidos por lanzarse a la yugular de cualquiera que se atreva a pensar más allá de la crítica oportunista y mediática.

¿Y que propongo yo para no ser catalogado también de criticón? Ya lo digo en el párrafo anterior, y lo remarco ahora: Tenemos todo el derecho a estar descontentos y a expresar ese sentimiento, pero también tenemos la obligación de buscar alternativas viables de solución antes de emprender la crítica feroz. Estoy seguro de que si a cada articulista de un medio cualquiera se le exigiera tal deber junto a su crítica, disminuiría drásticamente la cantidad de criticones, y como efecto benéfico de tal poda, veríamos ideas nuevas, debate de altura y una sociedad mas participativa y constructiva.

Cualquier director de medios de comunicación sabrá reconocer la verdad de este postulado. En lo comienzos de cualquier programa, diario o revista, la novedad es un aliciente para que el consumidor le conozca. Luego, el tono agresivo y de denuncia en una sociedad que vivió la censura y autocensura por 30 años, se constituye en el segundo impulso para la supervivencia comercial del medio en cuestión. Sin embargo, así como el dulce en exceso es empalagoso, la sal en exceso también estropea cualquier plato. Prepare un cóctel cualquiera con el toque justo de Amargo de Angostura, y tendrá un trago delicioso. Pero si se pasa de la medida, sólo le quedará un brebaje imbebible.

Yo creo que la gran masa requiere que se le vuelva a enseñar a pensar. Necesita alejarse de quienes le dan todo predigerido, como los colados de bebé. Requiere reeducar su capacidad crítica, intercambiar puntos de opinión en forma adulta y civilizada, necesita en general, debate con altura de miras. En tanto permitamos la sobreabundancia de opinólogos y criticones, la tarea se nos hará más difícil.