Más de Cuarenta

Más de cuarenta años, más de cuarenta sueños, más de cuarenta vidas, alegrías y tristezas. Más de cuarenta ideas, más de cuarenta proyectos, más de cuarenta amigos y enemigos. Más de cuarenta fallas, más de cuarenta virtudes. Más de cuarenta historias, más de cuarenta cuentos y novelas. Más de cuarenta secretos, más de cuarenta consejos. Más de cuarenta y mucho más. ¡Bienvenidos!

jueves, 15 de marzo de 2007

Meritocracia - Alternativa posible

La meritocracia es la forma de gobierno basada en el mérito. El principal problema con el que nos enfrentamos los defensores y propulsores de tal sistema, es la definición de los méritos. Actualmente, la meritocracia tiene contradictores feroces debido a que se asocia mérito a capacidades socioeconómicas y culturales.

Teóricamente, en una sociedad con alcance equitativo a la educación, todos los hijos de una misma tierra comienzan su desarrollo en igualdad de condiciones. Sin embargo, sabemos que en la actualidad tal igualdad no pasa de ser una utopía. Por ello, los méritos que un ciudadano logre reunir en la postulación a un cargo cualquiera, se ven fuertemente influenciados por su cuna. Los que pertenecen al quintil más rico de la población, aparecerán como más meritorios a cargos directivos o de responsabilidad social. Los del quintil más pobre, en cambio, no consigue equiparar su voluntad de aprender, su honestidad, su esfuerzo y sus auténticas ganas de trabajar, con las capacidades adquiridas por quienes tuvieron mejor suerte al nacer en una familia acomodada y con mayor acceso a la educación.

La meritocracia en que creo y la que defiendo, no considera mérito la fortuna, el apellido o el origen social, puesto que son situaciones sobre las que el individuo no tiene control. Los méritos válidos son la honestidad, el tesón, el empuje. Aquellos valores que se obtienen de una adecuada formación moral, aquellos que nos permiten considerarnos una sociedad humanista y respetuosa de los derechos y libertades de nuestros semejantes.

Entonces, aterrizamos una vez más en el eterno problema, la piedra de tope de muchas sociedades como la nuestra: La educación.

Quisiera, desde mi humilde trinchera de opinión, generar una fuerte corriente de pensamiento que logre remover los estamentos que deben ser agitados. Quisiera hacer ver a la clase dirigente, a quienes tienen el poder de decisión, la importancia que tiene el construir en Chile una educación equitativa para todos los chilenos. No considero nada más importante, nada más meritorio (muy a propósito uso esa palabra) que destinar a la educación, por ejemplo: los famosos excedentes del cobre, el 10% destinado a las FF.AA., los dineros que se pierden en concursos brujos o en instituciones sin fines de lucro pero que se comportan peor que el más fiero y rapaz de los delincuentes, en concursos públicos de dudosa seriedad, en proyectos del tipo “Chilerecortes”, en desmalezamientos brujos, en obras públicas deficientes.

Lamentablemente, estoy cierto que tales deseos chocan actualmente con una masa de políticos enquistados en el poder y cebados con él. No sólo políticos, sino que una enorme mayoría de la clase dirigente, los empresarios y los propietarios de medios masivos de comunicación. Todo aquel que posee aunque sea una minúscula parcela de poder, no está dispuesto a arriesgarla en una competencia de méritos. Mucho menos a impulsar iniciativas que nos hagan a todos realmente más iguales, por lo menos en nuestro punto de partida.

Por ello, como la enorme mayoría de los procesos de cambio social, debe comenzar desde la base. Debe comenzar a expandirse como el minúsculo gotear en el concreto de una represa, que pacientemente será primero una grieta, luego una rajadura y finalmente un aluvión que arrasará con todo.

Imaginemos una sociedad meritocrática.

Como la educación será equitativa y de igual calidad para todos, desaparecen las diferencias sociales, se reemplazan por el respeto entre todos, por valores tales como la colaboración, el trabajo en equipo, la solidaridad y el respeto por las diferencias. Si la educación es la suficiente para todos, los adolescentes tendrán valores tales como el respeto por su propio cuerpo y el de los demás, por la vida que está por nacer, por una sexualidad sana. Cada compatriota podrá soñar con desarrollarse en el área que realmente colme su vocación. Una sociedad meritocrática ya no te valora por cuanto tienes o cuanto ganas; por ello, los puestos más ansiados ya no serán los que tengan un mejor sueldo, porque aprenderemos valores que nos hacen preferir el bienestar espiritual, la paz conmigo mismo y con mis semejantes, por sobre el tener y acumular bienes materiales. Las religiones pierden su razón de ser, por cuanto el ser humano se transforma en profundamente humanista, ávido de conocimiento y crecimiento intelectual y moral, más que económico. El carpintero será igual de dichoso que el ingeniero, porque está haciendo aquello que lo hace feliz y satisface sus necesidades. Los sueldos serán todos más justos, acordes ya no a la cantidad de gente que tenemos a cargo, sino a la calidad de nuestro quehacer, a su importancia para el conjunto de la sociedad. Como aprenderemos otro tipo de valores, ya no nos desesperaremos por tener el auto más grande, la casa más grande, los últimos chiches tecnológicos para rivalizar con el vecino. Valoraremos el morar en una vivienda decente y limpia, en un ambiente sin polución ni violencia, en una familia que se respeta y ama por sobre las diferencias. No existirán sueldos exorbitantes, que ofenden la moral más básica, pero tampoco aquellos salarios de hambre que desesperan al enorme porcentaje de la población actual. Aprenderemos a vivir con lo justo, a no envidiar ni necesitar tener más que el otro. Es como la utopía socialista, pero esta vez no pretende nivelar ni hacia abajo, ni hacia arriba. Nivelamos según otro patrón, según el estándar del ser humano nuevo, uno que aspire a ser feliz y aprenda la verdadera manera de serlo sin agredir al otro.

Columnas como ésta pretenden instaurar una idea en el debate. Si se lograra construir una sociedad realmente meritocrática, significaría que dejamos de pensar en nosotros mismos, que abandonamos los egoísmos y las metas cortoplacistas. Que aprendemos a mirar por el bienestar del otro y por el de las generaciones venideras.

Significa, en realidad, dar a luz otro tipo de ser humano, otro tipo de sociedad.

¿Es realmente tan imposible?

sábado, 3 de marzo de 2007

El asalto del Hambre


Me encontraba almorzando en un establecimiento del centro de Santiago de Chile y me había ubicado cerca de la puerta de entrada, pues hacía mucho calor y en esa posición recibía algo de aire fresco.

Había pedido un plato típico chileno, el "churrasco a lo pobre" (uno o dos cortes delgados de carne de vacuno, cebolla frita, huevo frito y papas fritas). Terminaba de sazonar el huevo, había probado algo de las papas y terminado de cortar la carne en trozos más pequeños para comerlos con calma mientras leía el periódico. De pronto, la sombra de una persona se instala sobre mi hombro derecho, y una mano sucia se arroja sobre mi plato, empuñando la carne, el huevo y parte de las papas.

El asalto fue tan de improviso, y la tranquilidad y el descaro del tipo fueron tales, que no atiné a reaccionar de niguna forma. Segundos después de que el pordiosero desapareció, me invadió un sentimiento de asco al recordar la zarpa inmunda en mi plato, pero extrañamente, desapareció muy de prisa. Llamé al encargado y le expliqué lo sucedido, ante lo cual me trajeron otro plato de iguales características.

Mientras terminaba ese almuerzo, no logré sentir enojo contra el asaltante. Recordé haberlo visto al entrar al local. Quizá me tendió la misma zarpa que momentos después escarbaría en mi plato, y en ese momento no le presté atención. Soy muy dado a fantasear, por lo que de pronto me vi imaginando lo que debió haber sido mi actitud. El almuerzo aquel cuesta algo así como 4 o 5 dólares. Tenía más del doble de esa cifra en los bolsillos, perfectamente pude haberle dicho al pordiosero que se levantara del piso y se sentara a almorzar conmigo. ¿Lo habrían dejado entrar los dueños del local? Me he propuesto ahora firmemente, repetir la escena el próximo sábado. Iré al mismo lugar y espero encontrar al mismo miserable ser humano en las cercanías del local. Lo invitaré a almorzar y procuraré que lo dejen entrar conmigo.

¿Soy más bueno, más bondadoso que el resto de mis congéneres? No. Soy un tipo muy pragmático y realista. Puedo ser muy duro, a veces. Ocurre que me he sentido muy estúpido porque, momentos después de ese suceso, se me ha ocurrido gastar otros cuatro dólares comprando un CD de software pirateado, y al llegar a casa descubro que pagué cuatro veces lo que vale el mismo CD en el comercio establecido, pues estaba vacío. Me habían timado. Me sentí muy mal porque interpreté todo esto como una de esas señales del entramado social donde nos movemos, una señal muy clara y dura. Hubiera sido mucho más sensato (no generoso, sensato) invitar a almorzar al tipo aquel. Me habría ahorrado el disgusto de sentir violentado mi almuerzo, le habría evitado a el mismo el tener que robar para comer (aunque sea sólo por esa ocasión) y me habría evitado el llegar a casa a sentir el amargo sabor de boca que obtienes cuando te toman por estúpido.